miércoles, 1 de octubre de 2008

El club de las verdades escondidas

Si te revelo este secreto, debes prometerme que jamás recordarás el misterio que entraña. En otras circunstancias, no impondría una norma tan estricta como la que sostengo. Discúlpame. La necesidad de admitir mi debilidad me obliga a protegerla mediante promesas.
Soy un héroe. De esos que luchan contra dragones para liberar a una princesa presa en la torre que este custodia. De esos que demuestran tal coraje que los libros los halagan mediante adjetivos que admiro y deseo que me atribuyan algún día. De esos.
El problema radica en la cuestión de la muerte. Me explico. Como héroe, mi deber no es sólo mantener la paz, ni mucho menos, sino vencer al malvado que planea derruirla mediante sus sutiles planes. Todo héroe aguarda con impaciencia el momento de desafiar a dicho personaje. Menos yo.
Hace una semana me enfrenté a él. Obviaré los detalles más espeluznantes, pero sí mencionaré el miedo que desde entonces me atenaza. Y es que... He sido capaz de matar a alguien.
Desconozco la culpabilidad que me corroe. Él ejercía el papel de monstruo, de manera que, ¿por qué debo meditar acerca de mis actos? ¿Acaso me juzgo a mí mismo? El destino de un héroe es simple: acabar con el villano.
Acaté mi sino y, desde entonces, no consigo conciliar el sueño por las noches. Cuando el cansancio se apodera de mi voluntad y mis párpados no responden a las tajantes órdenes de mi cerebro, mi mente adopta la forma del cadáver del malvado, provocando en mi escalofríos. Me pregunto si todo héroe asume con facilidad el hecho de haber acabado con la vida de alguien, independientemente de su personalidad.
A lo mejor soy un héroe que no quiere matar a nadie, por extraño que simule. ¿O es que todos debemos ser iguales?

1 comentario:

Alba Steiner dijo...

En mi caso escribir me ayuda a aclarar ese miedo como el que corroe al héroe de los cuentos de hadas. ¿A ti no te sirve? ¿Has abandonado tus paralogismos para siempre? :(