viernes, 29 de agosto de 2008

Miau

Si me ves, exento de factores externos, huyes. Si mi aspecto consigue enfadarte, arremetes contra mí, como si de tu peor enemigo me tratara. Si tu día te proporciona esperanzas acerca del mañana, me ignoras, como si representara un fantasma que augura un mal sueño.
Las malas lenguas susurran acerca de mi condición. Sin quererlo, soy la viva imagen de la mala suerte.
A nadie le gustan los gatos negros. Todavía no sé muy bien por qué.

martes, 26 de agosto de 2008

Amistad

La gente medita sobre este tema en profundidad. A veces de forma desinteresada y otras para tratar de asimilar una conducta determinada. Para mí, no es difícil. La amistad consiste en comerse la mermelada de una galleta y ceder la parte chocolateada a un amig@. Porque no le gusta otro componente de dicho alimento.
Un acto desinteresado a raíz de un sentimiento afectivo. Y ya está.

domingo, 24 de agosto de 2008

Ese inconcluyente día

El día en que mi perro empezó a hablar, nadie se sorprendió. Todos sabían que era un perro muy listo. Hasta te traía la pelotita cuando se la lanzabas, de forma incansable, continuamente. Vaya, que la gente lo admiraba, entre una mezcla de curiosidad y conmoción.
Por ese motivo, cuando relaté, preso de la emoción, el hecho tan mágico que había sucedido, mis conocidos y mis amigos acudieron veloces al encuentro de mi esperanza. Mi perro, confuso y a la vez orgulloso (siempre ha sido así), narró unos cuantos pasajes de El principito, confiando en que los invitados consiguieran apreciar el dramatismo que imprimía en su voz. Al finalizar el espectáculo, los aplausos recompensaron su esfuerzo, a pesar de que él alegó que sufría algún tipo de repentino cansancio y se retiró a su lecho, una cuna con estampados de pajarillos que le había prometido cambiar un día de estos.
Una vez me despedí de todos, me apresuré a acercarme a él para averiguar el motivo de su desvanecimiento.
-Es que, en realidad -me confesó meditabundo-. No creo que nadie haya entendido el verdadero significado de las palabras.
-Qué dices -murmuré-. ¿No has visto como te han aplaudido al final?
-Porque lo han escuchado todo. Pero no lo han oído.
Siempre me ha causado confusión ese tipo de razonamientos. Los de ver y mirar, los de oír y escuchar. En este caso, no conseguí zafarme de la espiral de dudas en la que me dejaba caer.
-Pero...
-Tú tampoco lo comprendes -repuso vehemente-. ¿De qué sirve hablar si nadie te oye?
Y, tras agitar las orejas y mover la cola, mi perro no volvió a hablar nunca más. Siempre ha sido un neurótico depresivo. Está claro que sí que sirve de algo hablar si nadie te oye. Al menos no te sientes solo, ¿no?